Ecosocialismo: sujeto, programa y estrategia.

Luis Emilio Téllez ContrerasImagen

Para construir una alternativa debemos tener claros los objetivos y saber caracterizar el momento histórico en el que se formula la construcción de esta alternativa.

Los objetivos desde la ecología consecuente no puede ser más que la salida del sistema productivista y consumista actual, el capitalismo, como única forma de lograr un proyecto de emancipación y sobre todo de salvamento de la humanidad y su civilización. El momento en que estamos, y sin entrar en detalle, lo podemos caracterizar como un momento de crisis de la civilización siendo el elemento de la crítica ecológica la que lo muestra con mayor claridad pues nos habla de forma muy elocuente de la magnitud de la crisis, y que podemos llamar civilizatoria por el simple hecho de que esta crisis no tiene vuelta atrás, la destrucción natural, la superexplotación de la naturaleza esta llegando a un punto de no retorno y el cambio climático es su muestra más clara (nos tendremos que adaptar a las nuevas condiciones en una biósfera profundamente modificada).

Es decir, la época actual estaría definiendo el carácter urgente de una salida de la dinámica imperante en todo el mundo. La única salida de esta crisis, si sigue avanzando como lo esta haciendo es la catástrofe, expresada por ejemplo en lo que se llama eufemísticamente una “drástica disminución de la población humana” que nosotros llamamos exterminio.

En este sentido, creemos que cualquier alternativa de izquierda que no considere como central, como estratégico el problema ecológico, o esta en la lógica aún de una serie de ideas vetustas y dogmáticas sobre los problemas de la humanidad o se ha adaptado al funcionamiento del capitalismo, a sus dogmas y a los intereses del mercado. No se puede crear una sociedad emancipada sin una perspectiva ecológica.

El objetivo histórico que se proponen desde el ecosocialismo es el de desmontar al capitalismo a través de un proceso de participación masiva de las poblaciones (como de hecho ha pasado en muchos países en el siglo XX) que rompa con las instituciones que lo sostienen y mediante la toma de medidas revolucionarias que vayan a fondo para detener el funcionamiento del capitalismo, iniciando el camino por la construcción de una sociedad ecosocialista, autogestiva y libertaria, muy alejada de lo que fue el proyecto de las sociedades en transición de Europa del Este autodenominadas “socialismo real”, con un carácter burocrático, donde se ejercía una dictadura de las necesidades sociales y un control político antitético del concepto mismo de socialismo. El ecosocialismo no sería, sin embargo algo que se construyera sólo a partir de la caída del capitalismo, pues en tanto proyecto emancipatorio busca la convergencia de las luchas contra la explotación de la naturaleza, del hombre y contra la opresión de la mujer, en el sentido de construir nuevas relaciones aquí y ahora, pero sabiendo que el capitalismo es el principal obstáculo para realizar estas liberaciones a cabalidad.

 

Sujeto

Desde el punto de la lucha contra la devastación el principal actor que ha dado la cara a nivel mundial en esta batalla ha sido el campesinado y los indígenas, que podríamos decir tiene una conciencia ecológica “espontanea” por ser los sujetos directamente afectados por el funcionamiento de la economía en sus condiciones de vida, en tanto que tienen una relación directa con los bienes naturales más asediados por el capitalismo y por el conocimiento de los procesos naturales de sus localidades que han desarrollado por cientos de años. Esta lucha que no es contra la explotación del hombre sino de desposesión, los pone cara a cara con el capital, los vuelve enemigos directos del “progreso” devastador neoliberal y les dota de un carácter altamente subversivo; distintas experiencias concretas, como la de Cherán por ejemplo, nos da una idea del carácter político que puede tomar esta lucha, para desbancar y disputar el poder político, al menos local.

Estas clases sociales se han convertido en un dique material en muchas regiones para el avance de los megaproyectos y tienen la posibilidad a través del control social de su territorio de desarrollar alternativas igualmente reales.

No obstante, aunque muchas de las luchas actuales se definan en este ámbito que señalamos, para poder concretar de manera cabal un planteamiento de transformación profunda a más largo plazo, el sujeto del cambio tiene que renacer en las urbes, en los grandes centros capitalistas, y nos referimos en particular a la clase trabajadora, a los asalariados que han sido invisibilizados por la ideología del “fin del trabajo”, por los medios y por el discurso ciudadanista. El retorno a fijar el foco sobre el papel de la clase trabajadores desde el punto de vista de la ecología y sobre todo desde el ecosocialismo, me parece que tiene tres aspectos fundamentales.

En primer lugar, no podemos pensar en ningún cambio político o social de gran envergadura a nivel nacional si no tenemos la perspectiva de agrupar a los más de 30 millones de asalariados en México con este proyecto. En segundo lugar, en tanto que la crítica del ecologismo consecuente ha tenido un exitoso encuentro con la crítica de la economía política, constituyéndose así en una herramienta poderosa de crítica y acción, no podemos soslayar el núcleo subversivo que las consecuencias del análisis sobre el papel de la clase trabajadora nos muestra, como clase específica del capitalismo y con un papel insustituible, además de que la lucha obrera del siglo XX y del presente es uno de los mayores legados de rebelión del cual se han obtenido las experiencias más radicales y exitosas en la lucha contra el capitalismo.

Por último, en términos técnicos y organizacionales, la clase trabajadora es fundamental para la reconstrucción racional de los procesos de producción, es decir, la instauración de un sistema planificado que atienda a las necesidades sociales de las mayoría y no se rija por la ley de la oferta y la demanda del libre mercado. La armonización de las relaciones campo-ciudad, así como las eliminación o modificación de ramas enteras de la producción pasa por la acción y el control colectivo que tengan los trabajadores de sus unidades de producción. En resumidas cuentas no es posible detener y generar una sociedad sustentable, autogestiva ni ecosocialista sin el protagonismo de la clase trabajadora.

Habrá que admitir sin embargo, que existe una dificultad real para que muchos sectores de la clase trabajadora adopten una conciencia ecológica y quizá más en su forma de crítica revolucionaria al capitalismo. Su condición de alienación laboral le dificulta a grandes capas desarrollar una conciencia espontanea ecológica a partir de su misma actividad, reforzado esto por su vinculación con la ideología de la empresa capitalista que bombardea su conciencia con la idea de la productividad, la eficiencia y el individualismo. Pero independientemente de estas dificultades, renunciar a darle un papel en esto a la clase trabajadora es renunciar a la transformación de fondo. Por otro lado, hay ejemplo verdaderamente sorprendentes de sindicalismo ecológico que desbancan la idea de la imposibilidad absoluta de una conciencia ecológica en la clase trabajadora.

Si el sistema productivo tiene que ser transformado, descapitalizarlo, no puede ser hecho por tecnócratas ecólogos que dicten de manera autoritaria las directrices de la nueva industria, sino que debe ser reorientado por la planificación democrática donde los trabajadores tienen también un papel central.

 

Estrategia

Frente a la imposibilidad y falsedad de un capitalismo verde es necesaria, como horizonte, una estrategia que reactualice la ruptura con el capitalismo. La política, como decía Daniel Bensaïd, es un arte estratégico, que debemos utilizar en pos de la transformación dentro del tiempo roto del capitalismo. En este sentido, el análisis de las estrategias de transformación social del siglo XX nos dota de una rica fuente de experiencias, de fracasos y triunfos que nos permitirían avanzar en una perspectiva de ruptura a partir de nuestras condiciones, tendríamos que retomar, por ejemplo, las experiencias latinoamericanas actuales y pasadas.

Pero la estrategia con un horizonte tal, debe tener como preocupación central el convertirse en una fuerza social real, que agrupe a grandes sectores no sólo a partir de un programa completamente definido, sino a partir de demandas inmediatas; el que esto es posible lo muestra las experiencias de trabajo de base de organizaciones tales como Luz y Fuerza del Pueblo en Chiapas, la red de resistencias contra os altos cobros de la luz en el DF que impulsa el SME y otras organizaciones como la Nueva Central de Trabajadores.

Así mismo, las misma luchas ecosociales muestran la dirección que debemos seguir; los procesos de resistencias y defensa de territorios han podido detener el avance de los proyectos gubernamentales y empresariales, no mediante acuerdos parlamentarios o favores de gobernadores, sino que han dependido de “una relación de fuerzas social necesaria para imponer” medidas ecológicas, acciones basadas en poder social territorial.

Aunque no hay recetas para la lucha, son claras dos cosas: la acumulación de fuerzas y el desarrollo político de una perspectiva ecosocialista que debe avanzar así mismo en dos sentidos:

1. Autoorganización social: núcleos de poder social y control colectivo.

2. Frente a la inutilidad de los partidos existentes: la construcción de referentes políticos de los trabajadores, los campesinos y el pueblo, con una perspectiva anticapitalista y ecosocialista, con el objetivo de potenciar las luchas y conquistar el poder político.

Esta construcción no es un momento aislado apartado de las luchas que existen, sino que debe ser la conclusión de los procesos de unidad que se desarrollan en todas las luchas campesinas, indígenas y urbanas, que de hecho están en proceso.

 

Programa

La tarea de un poder colectivo desde las bases que logre cambiar el rumbo de las cosas pasa por colocar las demandas de los explotados, oprimidos y excluidos en una perspectiva que responda justamente a la transformación de fondo, para trascender ya no sólo al sistema imperante, sino también a las premisas de la civilización que operan desde la temprana modernidad.

En este sentido las premisas de tal programa en vistas de enlazar las luchas son al menos tres:

a) Abandonar la idea de control de la naturaleza.

b) Realizar una crítica sobre las necesidades sociales reales que deben ser satisfechas, fuera de la alienación mercantil.

c) Pensar a la naturaleza como un todo interrelacionado con el ser humano, acabar con la visión utilitarista y compartimentada de esta.

Por otra parte, para avanzar en un programa global de la lucha nacional e internacional que implica el reto de la lucha ecosocialista se deben considerar, a partir de las necesidades más apremiantes de la población un programa que tendría que tener como base los siguientes puntos:

a) Frente a la miseria de 2/3 partes de la humanidad: acceso gratuito a los bienes básicos, publico.

d) Reducción de la jornada de trabajo.

e) Abolición de la deuda en los países del tercer mundo, que es una forma de coerción para adoptar ajustes neoliberales antiecológicos.

f) Reducción drástica de gases efecto invernadero, llevándolo más lejos de los acuerdos internacionales.

g) Autosuficiencia alimentaria nacional, defensa de la soberanía. Contra la agroindustria capitalista.

h) Cambio del sistema energético capitalista que es derrochador, centralizado, anárquico, ineficiente y basado en hidrocarburos para transitar a uno que sea descentralizado, planificado y basado exclusivamente en fuentes renovables.

i) Abandono de la energía nuclear.

j) Prohibición de las patentes capitalistas sobre la vida.

k) Anulación de la apropiación privada de bienes públicos.

l) Salvaguarda de la biodiversidad.

Las demandas de un programa que reivindica las luchas existentes no es, por ello mismo inamovible, pues estas pueden cambiar, sino que deben servir al menos en un principio como los elementos necesarios para orientar la discusión sobre las prioridades y que está sujeto a ser modificado según las circunstancias locales y las coyunturas.

Las investigaciones sobre el vuelco climático nos dan como límite el año 2050 para lograr reducir los gases de efecto invernadero de manera tal que se pueda estabilizar la biósfera, sin embargo, el capitalismo ha avanzado demasiado en su destrucción que le hemos permitido producir condiciones que serán difícilmente reversible y lo más probable será que tengamos que adaptar a la humanidad en las siguientes décadas a situaciones de limitaciones vitales cada vez mayores, pero sólo lo lograremos si somos capaces de construir esa fuerza social, donde el campesinado, los indígenas y los trabajadores podamos enterrar a los gobiernos neoliberales, las empresas trasnacionales y al sistema capitalista para la construcción de un sociedad libre en las condiciones en que el capitalismo nos deje el planeta tierra.

¡Ecosocialismo o barbarie!

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Catástrofe y Política: sobre la urgencia de salir del capitalismo.

Luis Emilio Téllez Contreras

Catástrofe

El sentimiento de la época presente difícilmente lo podríamos caracterizar de optimista, a diferencia al menos de aquellos momentos de la historia en los que existe una sensación generalizada de avance y bonanza cual Belle époque cuando, aunque grandes sectores de la población sufrían en sus espaldas ese “progreso” esperanzador, existen expectativas de un futuro que promete; en contraste con esto, desde hace poco más de un lustro, marcado por la llegada de la crisis y las tensiones entre las potencias a nivel internacional, todo apunta a una situación de degradación social y agudización de conflictos. Pero la cosa puede, con mucha seguridad, ir más allá de una mala temporada en el siglo XXI, pues el signo que empieza a asomar en el presente es el de las catástrofes. Entre ellas la más acuciante es la ecológica que ya se presenta como una inocultable devastación planetaria acelerada, producto de la dinámica de acumulación de capital a nivel mundial, así como las consecuencias del consumismo complementario de las grandes urbes; pero también tenemos a la vista las cada vez más recurrentes tensiones internacionales por la dominación de mercados y el control de territorio, donde se encuentran grandes yacimientos de hidrocarburos por ejemplo (un caso claro fue la última tensión entre Rusia y la Unión Europea por los gaseoductos que atravesaban Europa Oriental); por otra parte tenemos el ascendente movimiento de grandes masas de migrantes a los países “desarrollados” y la oposiciones de derechas nacionalistas y fascistas que ganan terreno en la población afectada por la crisis de esos países y que exigen la expulsión de estos a través de políticas y acciones xenófobas. Así, las catástrofes cíclicas del sistema económico generadas por las crisis, como la de 2008 que atizan el desempleo, la marginación y la pobreza, forman caldos de cultivos que actualmente pueden preparar destrucciones sociales de mayores dimensiones. El mundo presente quizá ya no tiene muy claro en la memoria la idea de la destrucción global real y total, que se vivió durante la primera y segunda guerra mundial o la perfilada en las tensiones que generaba la posible devastación nuclear durante la guerra fría; en el presente, sobre las masacres reales del mundo se levanta el telón de las imágenes apocalípticas producto de las grandes producciones industriales del entretenimiento, donde la repetición de las imágenes de la destrucción llenan la sensibilidad del telespectador con la cotidianidad del fin del mundo, ideológicamente dirigido hacia la idea de que el productor de esa catástrofe es un agente externo (un gran meteorito), como si fuera simplemente la contingencia a la que está expuesto el universo lo que borraría de un plumazo a la humanidad y no las contradicciones internas producidas por la dinámica social. Esta repetición parece más una función inconsciente de acostumbramiento y resignación a la catástrofe que tiene los que dirigen los derroteros del mundo, antes que escudriñar las causas inmanentes de esa posibilidad. La idea de la vida como inseguridad, como contingencia, juega un papel importante en esta lógica, ya que el concepto de inseguridad social del individuo es una eje desde el cual el neoliberalismo logró hacer triunfar sus pretensiones convirtiéndolas en políticas de Estado y asentándolas en el sentido común, forjado en la pasividad de grandes sectores desencantados y desorganizados. La catástrofe se naturaliza a través de una ideología del caos y de la hiperrealidad de la pantalla, sustentando la idea de que las decisiones no son tomadas por nadie y los destinos de la voluntad no nos lleva a puerto seguro, ni pueden ser visualizados con antelación los fines de la sociedad. La batalla ideológica está pues en hacer ver la inmediatez de la catástrofe, la forma en que sus expresiones actuales son causas entrelazadas de una mayor, la sociedad capitalista, dentro de la cual no hay salida humana posible.

Política

Sólo a través de fuerzas políticas reales y activas es posible cambiar el rumbo de esta situación, pero no fuerzas cualquieras, sino organizaciones que además de construirse para poder pasar a la ofensiva, deben tener clara una ruta de ruptura con la situación presente, es decir, una hipótesis revolucionaria que les permita guiar sus esfuerzos en la dirección conveniente. Hemos visto en los últimos años levantamientos populares que son potencialmente procesos revolucionarios que tienen la capacidad de derrocar gobiernos y organizar a amplios sectores de los trabajadores, sin embargo, estas se vuelven políticamente limitadas al momento de plantear, por ejemplo, una nueva constituyente o un gobierno del pueblo y los trabajadores en la perspectiva de la ruptura con el capitalismo. La idea de un gobierno del pueblo lo puede generar la socialdemocracia o hasta partidos progresistas y nacionalistas, pero la dirección de ruptura con el capitalismo sólo es capaz de darse desde una posición de izquierda y revolucionaria. Sin embargo, lo que las izquierdas revolucionarias buscan con mucha razón en este momento histórico es salir a flote, poder ser visibles a amplios sectores de la población y hacerse en la práctica en las calles y de ser posible en el parlamento, una fuerza de intervención real y consecuente, pues de otra manera, esta condenada a quedar al nivel de las luchas anecdóticas. La izquierda reformista, fundamentalmente en Europa ha ocupado el lugar de los neoliberales en la gestión y sanación del capitalismo, frente a la que se levantan nuevas formaciones políticas con gran apoyo popular como Syriza en Grecia y Frente de Izquierdas en Francia, que programan una ruptura con las políticas dominantes de la UE, pero que parecen no perfilar de manera clara un rompimiento con el sistema; en América Latina, por su parte, el impulso de gobiernos de izquierda muestra cansancio y empieza a dejar ver sus contradicciones no resueltas y las dificultades para una unidad latinoamericana dentro de los límites del capitalismo. La idea fundamental de este escrito es que no podemos esperar hasta después del diluvio para querer transformar de raíz la sociedad, sino que debemos evitar la catástrofe para poder plantear un horizonte emancipatorio. Se entenderá que una fórmula tal como “socialismo o barbarie” planteada en la actualidad no responde a la visión catastrofista clásica, que prevé la oportunidad que abre una supuesta “crisis terminal del sistema” para pasar a la ofensiva directa por la construcción del socialismo; el catastrofismo que se plantea es, en todo caso, el de evitar esa crisis que muy probablemente crearía condiciones insostenibles, no ya para hacer política emancipatoria, sino para la vida humana mínimamente digna.

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